Queridísimas sus
Majestades los Reyes Magos de Oriente, Príncipes de la Ilusión, duques de la
Felicidad y Condes de la Esperanza, Melchor, Gaspar y Baltasar:
Me dirijo a ustedes,
majestades de las lejanas tierras de Oriente, como cada año, para expresar las
ideas, sentimientos y vivencias que surgieron en mi este Año que termino
recientemente.
Siendo la de observador,
una de mis fuertes cualidades he comprobado un problema social que me duele y
me preocupa en exceso. La gente tiene demasiado en que pensar, entre corruptos,
crisis hipotecas que pagar, que no hay extras, los Eres, los bancos, los
recortes, los Juegos Olímpicos… y se olvidan de los pequeños placeres de la
vida, aquello que nos saca una sonrisa, la más pura de todas, la ilusión. No se disfruta de un atardecer en un parque,
de una caña a mediodía, del tacto de la espuma de las olas al tocar los pies,
de las buenas canciones, de las comidas en familia. Esto es, al fin y al cabo,
lo que forja la esencia de la vida y da sentido a esta. ¿Y cómo vamos a vivir
si cuando cruzamos la calzada no pisamos solo las líneas blancas, u observamos
las hojas amarillas al caer, si no sentimos los rayos del sol de invierno, o
devolvemos una sonrisa, si no saltamos en los charcos o caminamos por el
bordillo como si fuera un acantilado, si no damos rienda suelta a nuestra
imaginación, si no nos sentimos niños alguna vez?
Yo, este año, no quiero
más regalo que esto; para vivir, necesito que vuelva la ilusión, que no se
extinga. Por eso quiero pedir que a todos mis familiares y amigos, se les
dibuje una sonrisa en el rostro cada vez que salga el arcoíris, o se tiña el
cielo de malva, o los pájaros entonen sus melodías, o el mar arrastre sus
recuerdos en la orilla, o el viento haga volar su sombrero, o abracen a un ser
querido. Porque si no se disfruta de eso…
¿Para qué vivir?
Se despide con especial
cariño, su leal súbdito, besándoles pies y manos, y sin resultar pedante
Jaime Martínez de
Velasco y MARÍN
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